Washington cerró la llave del cielo mexicano y expuso un problema de fondo: sin cumplimiento regulatorio en materia de aviación no hay rutas, y sin derroteros se dificulta todo: precios, conectividad y competitividad
El 28 de octubre pasado, el gobierno de EU dio un golpe directo al sector aéreo mexicano: revocó 13 rutas de aerolíneas nacionales hacia su territorio y canceló de forma provisional todos los vuelos combinados de pasajeros y carga desde el Aeropuerto Internacional Felipe Ángeles.
El anuncio no sorprendió a nadie; dentro y fuera del gobierno se sabía que podía ocurrir y se le trató como un asunto menor. En este espacio se había anticipado, un día antes, que México enfrentaría problemas: desde el gobierno de Donald Trump se acusó a nuestro país de tomar decisiones arbitrarias que afectaron a varias aerolíneas estadounidenses y el expediente siguió creciendo.
A mediados de septiembre llegó la primera señal fuerte: se anunció la cancelación de la alianza entre Aeroméxico y Delta Airlines, que se hará efectiva a partir del 1 de enero de 2026.
Después, el Departamento de Transporte de EU (DOT) avisó que se reservaba el derecho de no autorizar nuevos vuelos ni incrementos de frecuencias a aerolíneas mexicanas porque, a su juicio, México no está cumpliendo el acuerdo bilateral de transporte aéreo.
Y con el segundo aviso de la semana pasada, el golpe ya afecta la inmediatez: pasajeros y aerolíneas verán alterados sus planes desde esta temporada de invierno.
Los damnificados están a la vista. Aeroméxico, que dirige Andrés Conesa, pierde sus operaciones desde el AIFA hacia Houston y McAllen; Volaris, de Enrique Beltranena, se frena desde el AICM hacia Newark; y Viva Aerobus, de Juan Carlos Zuazua, congela siete nuevas rutas desde el AIFA hacia varios destinos de Estados Unidos.
No es un asunto de soberanía, sino de cumplir lo que México firmó hace 10 años: si la autoridad mexicana mueve piezas sin consenso, sin cronogramas verificables ni garantías operativas, el regulador estadounidense responde con la única moneda que vale en el aire: rutas, slots y frecuencias.
Cada ruta que se congela la ocupa un competidor mejor posicionado y cada invierno perdido cuesta más caro que cualquier boletín.
Hay, sin embargo, una salida en construcción. La presidenta Claudia Sheinbaum anunció que la próxima semana habrá una reunión de alto nivel con autoridades estadounidenses para alcanzar un acuerdo sobre la decisión de trasladar la carga al AIFA.
Confió en que México no resulte tan afectado por la decisión de la Administración Federal de Aviación de reducir el tráfico aéreo en 10 por ciento. Al encuentro acudirán los secretarios de Infraestructura y Economía, Jesús Antonio Esteva y Marcelo Ebrard, con la idea de conciliar intereses y recuperar todas las rutas.
Lo que está por verse no es la voluntad de sentarse a la mesa, sino qué ofrece México para recuperar la confianza: certidumbre regulatoria, plazos auditables y condiciones operativas que se cumplan en pista.
Si ese paquete llega a tiempo, el DOT puede revertir gradualmente los recortes; si no, 2025 y 2026 serán años de oportunidad… pero para otros. En aviación, la retórica no despega: despega el cumplimiento.
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POR MÁS QUE INTENTÓ MEDIAR el jefe de Morena en San Lázaro, Ricardo Monreal, el pleito entre el morenista Arturo Ávila y el priista Rubén Moreira se agudizó.
El oriundo de Aguascalientes acusó al coahuilense de ordenar la colocación, en el salón de sesiones, de una enorme pancarta en la que se exhibían unas supuestas vacaciones que habría tomado con su pareja, mientras el país -dijo- se cae a pedazos.
Ávila encaró a Moreira y hasta lo retó a golpes, algo que Monreal justificó al señalar que su compañero de partido tiene derecho a defender su honra personal. Ahí están las prioridades de nuestros representantes populares. ¡Hágame usted el favor!
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Y como dice el filósofo… Nomeacuerdo: “La tribuna es alta; la estatura política, no tanto”.





